Conversaciones del yo en la memoria y la trasgresión
Por: Ana María Bueno Camargo
Emma Reyes fue una artista colombiana nacida en 1919. Durante los primeros cinco años de su vida viajó entre Bogotá, Guateque y Fusagasugá al cuidado de una señora y en compañía de su hermana Helena. Luego fue internada en un convento en el cual permaneció por 15 años, fue víctima de violencia física, sexual y psicológica por parte de hombres y mujeres, quienes hacían parte de la misma Iglesia. La pobreza y el abandono fueron espacios en los cuales Emma Reyes creció y asimiló mientras hizo parte de una sociedad en la cual las mujeres no tenían ni voz ni voto.
Culturalmente, Colombia tuvo grandes vacíos que no permitieron dar a conocer los trabajos de varios artistas debido a ideologías políticas y, además, por simplemente no ir con la corriente de un país terriblemente conservador, tuvieron que emigrar de estas tierras.
En 1940, Emma Reyes viajó a Argentina en donde surgieron sus primeras pinturas que representaban plazas cargadas de una perspectiva con referencias indígenas debido a sus viajes por Latinoamérica, y es allí, en donde gana una beca para estudiar en París. Posteriormente se instaló en México en donde trabajó con Diego Rivera y presentó su primera exposición en la galería donde trabajaba. En 1954 viaja a Roma, lugar en el que transforma su estilo a uno más abstracto y figurativo. Se le consideró como una “mamá” para varios artistas colombianos dado su reconocimiento en Francia. Emma Reyes fallece en Burdeos, Francia, en el año 2003.
“Memorias por correspondencia” es una recopilación de cartas que Emma Reyes sostuvo con Germán Arciniegas desde 1969 hasta 1997, ella le dio el consentimiento a Germán de reunirlas para que fuesen publicadas. Esto se llevó a cabo en el año 2012 por la editorial Libros de Asteroide. Las cartas dan cuenta de la vida de la escritora desde sus primeros años de vida y hasta el momento en el que deja el convento, este registro es detallado y el lenguaje que se maneja es fiel a la narración de una niña y de una adolescente contando sus vivencias. Lo interesante de esto es que las cartas fueron escritas cuando Emma Reyes ya tenía más de 50 años.
En ese texto hay varios temas que reivindican la voz de una mujer como escritora y como mujer en un espacio del arte en el que las escrituras desde el YO, y contadas desde la infancia, habían sido precarizadas y poco comunes. Uno de los temas que más atrajo mi atención es la estabilidad en la narración, todas estas anécdotas fragmentadas, literalmente, pareciera que hubiesen sido ayer. Se puede deducir que el sentido de la artista no es solamente un atributo de creación, también lo es al momento de observar. La escritora durante su niñez fue analfabeta pero la representación de sus recuerdos por medio de la escritura no solo habla de una gran memoria sino de todo un proceso reflexivo alrededor de su propia vida y de su unión en el lenguaje. Un proceso en el cual no se emiten juicios de valor y no se pretende victimizar su infancia, una que de por sí socialmente ya es reducida a simples números.
Estas cartas no solo proponen un diálogo con el receptor, Germán Arciniegas, sino que también muestran una conversación entre aquellos lugares del Yo en donde la voz y el ser como adulta dialogan con la Emma de 6 años que dejaba Bogotá. Este texto se configura como un precedente de la literatura colombiana, del género epistolar y de la escritura de las mujeres; dada la composición discursiva y narrativa que maneja se valida el lugar de la infancia desde la adultez que no sigue un orden narrativo, que no cae en aspectos costumbritas (teniendo en cuenta que se narran relatos de los años 20s y 30s), y que trasgrede los cánones de representación desde su voz como mujer y su voz como mujer que cuenta su historia.
Es importante mencionar que la constitución de este libro como objeto físico se dio casi 10 años después de la muerte de la autora y que tuvo como protagonista a Germán quien tuvo el permiso para publicarlo. Las instituciones de poder siguen determinando vidas de mujeres. La ley paterna se muestra como aquel facilitador e intermediario entre una obra y una voz destinadas al olvido y una obra que convertirán en la total identidad de una mujer. Somos testigos del acuerdo sistemático que han sentado estas instituciones en donde la vida de Emma Reyes es delimitada con un marco de validación (de sus cartas) por un hombre y (de su niñez) por la Iglesia.
Por medio de esta lectura no solo leemos a Emma Reyes contando su historia, sino que somos testigos de una manifestación literaria de quien construye identidad por medio de la memoria en conversación con su yo del pasado, de quien se desplaza del ser mujer común de la época y se posiciona en los límites, en los bordes del lenguaje y, como escuché en una clase, se reconoce en la frontera al ver en el otro aquello que no es.
Creo que lo que más me quedó de la obra fue este maravilloso lenguaje inocente, pero para nada inconsciente de su entorno, al contrario, completamente consciente de su lugar en lo político y en lo estético de quien escribe el ser mujer y el ser latinoamericana. En el siglo pasado fueron muchos los artistas que emigraron a Europa por falta de oportunidades al momento de relacionarse con el arte, las mujeres, como lo muestra la historia, tuvieron muchas más paredes y barreras que derrumbar. Creo que estas decisiones forjaron un carácter político que se ve en los pocos registros que se encuentran de Emma Reyes pero que constituyen un referente de mujer colombiana y artista que llegó a romper con las tradiciones conservadoras y machistas de la época de su infancia, de cuando escribió las cartas, y de cuando leemos, 101 años después de su nacimiento, esta maravillosa obra.
Ana María Bueno Camargo
La lectura desde el yo y la inocencia, que reflejan la niña que fue Emma Reyes en Memoria por correspondencia es magnífica.
A pesar de que era una época en que la mujer era minimizada, siempre habrá el momento preciso para que exprese su pensamiento crítico en una sociedad machista y conservadora, y que hoy en día en pleno siglo XXI todavía se ve.