*Por Jazmín Cebé
El Sol me despertó de un brinco. No estaba dormida en la cama. Estaba dormida frente a la computadora, con los ojos abiertos con la pantalla enfrente, llena de trabajo fungiendo de frazada que no te suelta.
No fueron los primeros rayos del Sol los que me despertaron, fueron los últimos. No puedo dejar que se vaya otro día sin haberlo honrado lo suficiente, al mundo me lo quiero comer a bocanadas. Es urgente. Hoy me es urgente.
Agarro mi termo y mi salbutamol. Saco la bici y me siento la más corajuda del mundo. Hoy, milagrosamente, no me río de mí. Es miedo lo que tengo y hoy voy a superarlo.
Tengo vergüenza de mi cuerpo gordo y cara roja, que me miren con lástima y burla subiendo la arribada gigante.
Pero ¿quiénes son ellos? ¿Quiénes son?
¿Por qué me importan?
¿Qué saben de mi vida, mis capacidades, mis placeres?
Llegué. Rca Argentina y Paso de Patria. Terminé una arribada que ni me lo creo, de una vez.
Respiro.
Recuerdo a Flori, una amiga que recorrió Sudamérica en bici, cuando le pregunté qué hacía con las arribadas gigantes.
“Me voy despacio, solo eso”, me dijo moviendo los hombros como si fuera una respuesta obvia y con un tono que me transmitió tanta tranquilidad que sus palabras quedaron de adorno.
Respiro.
¿Realmente respiro?
Sí, respiro y huelo las flores de los yuyos que crecen sin permiso en los costados del asfalto asunceno lleno de baches.
Es la mitad del camino, me queda la vuelta, y ahí voy.
Llego, subo corriendo a la terraza y llego para ver la despedida de ese Sol que despertó. Me regala ahora una majestuosidad que jamás sabré agradecer. Qué hermosura dios mío, qué hermosura. Hoy me comí un bocado por fin.