Por Casiana Gatica*
Nuestro devenir como sujetas militantes, es el producto de una larga lucha y disputa en el orden político, social, cultural y económico. Los ámbitos, en donde nuestra participación se materializa, no son ajenos a la reproducción patriarcal, y a paso lento hemos logrado abandonar las posiciones subalternas en las que comúnmente nos ubicaban, para pasar a ocupar espacios de decisión y de dirección, que a pesar de ser escasos, irrumpen en la órbita de lo público para poner en jaque el poder patriarcal.
No obstante, aun debemos preguntarnos, por la militante que el patriarcado necesita para sostenerse y reproducirse. Reflexionar y deconstruir aquellos estereotipos que nos son impuestos por el orden patriarcal, a la hora de asumir tareas y responsabilidades políticas en nuestros espacios de militancia, no sólo nos fortalecerá como sujetas de transformación sino también nos llevará por el camino de despatriarcalizar el poder.El patriarcado, ávido de estrategias para contrarrestar el avance del feminismo, sabe cómo incidir en los modelos de mujeres militantes que necesita para su sostenimiento. De esta forma, aquellas que en algún punto hemos logrado tener una conciencia de la opresión de género y clase y decidimos participar políticamente en distintos espacios, podemos convertimos en reproductoras silenciosas de los modelos estereotipados que este ofrece, si nos olvidamos los lentes violetas para mirarnos.
En ocasiones, esto nos impide visualizar un nuevo tipo de feminidad que pueda disputar sentidos y practicas con la feminidad dominante. Para ejemplificar esto pensemos, la militante que está a la “altura de las circunstancias” debe adoptar cualidades que han sido históricamente atribuidas al orden masculino, debe aprender a despojarse de una supuesta fragilidad y demostrar tenacidad y fortaleza, física y emocional. Debe ser estricta, tener coraje, y muy disciplinada para demostrar que puede ganarse su cualidad de “cuadro con perspectiva”. Tiene que tener la templanza necesaria para soportar la discusión política sin levantar la voz, porque eso la convierte en una loca e histérica y pierde la sutiliza de la cual la naturaleza la dotó. Debe ser fría y calculadora porque ante el menor indicio de efusividad se la tilda de exagerada.
Si de tareas o responsabilidades se trata, el patriarcado sabe cómo reciclarse y por lo general aunque nuestra identidad adopte una forma contrahegemónica, la lógica binaria termina imperando y nuestras tareas, en su mayoría, continúan siendo las relacionadas a los roles asignados, ¿Dónde se ha visto una trava o una lesbiana detentando el poder en otro ámbito que no sea el de la diversidad? Seguramente, si urgamos en los ámbitos de participación, encontramos casos aislados.
Por otra parte, debe cumplir con una estética militante, sobria y sencilla, no vaya a ser que la revolución venga sobre tacos, con escote, rapada, con piercings o con barba.
Por momentos, esta lógica militante patriarcal, también se extrapola a nuestra sexualidad, nuestro erotismo y los vínculos amorosos que podemos establecer, y olvidamos que lo personal es político. Por ejemplo, se nos cuestionan nuestras convicciones o capacidades, la información que podemos manejar, según la relación sexo afectiva que tengamos en el momento o por el contrario, si no la tenemos, corremos el riesgo de no estar “estables emocionalmente”. La opresión patriarcal recrudece, si ese vínculo se encuentra dentro de la misma organización, podemos hacer dulces de los ejemplos que encontramos.
Esta militante, es la responsable de garantizar el sostenimiento de los estereotipos que muchas veces pasan desapercibidos, y da cuenta de que el poder, aún hoy, está asociado a una masculinidad patriarcal determinada por el biologicismo y a los atributos asignados a ella.
Es importante pensar en feminizar los espacios de participación política, como una de las tantas alternativas que pueden llevarnos a “Despatriarcalizar el poder”. Pero aun así, corremos el riesgo de quedar entrampadas en reproducir una feminidad dominante o una masculinidad patriarcal, con la ilusión de sentirnos en un plano de igualdad con quienes hace siglos detentan el poder. Por esto resulta imprescindible que nuestra agenda, pueda contribuir con nuevas formas de definirnos a la hora de asumirnos como militantes. Nuevas formas que nos permitan problematizar y redefinir nuestra identidad militante, sin sentirnos locas o extrañas, por no encajar en el molde binario que el patriarcado necesita, y que por su parte nos permita repensar los roles y las tareas políticas desde una mirada diversa. Desandar el camino que la ideología patriarcal nos impone y que a su vez estructura las configuraciones identitarias, implica pensar los roles asumidos desde la multiplicidad que el género construido nos brinda. Quizás deconstruir estos cliches, nos ayude a despojarnos de los miedos mediantes los cuales el lente patriarcal nos oprime y nos posibilite entender que como sujetas de transformación, profundamente políticas, nos necesitamos militantes de nuevas formas de poder, que rompan los moldes normativos dados y colectivicen la pluralidad de formas que podemos adoptar al sentir, actuar o ser.
*Licenciada en Psicología. Integra la dirección de géneros de la Corriente Nacional Lohana Berkins Arg.
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Este artículo es parte de nuestro Dossier Febrero 2018 “Verano sin estereotipos”. Lee más aquí 👇
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