Por Lucía Mazzotta
“Si antes de la pandemia las mujeres trabajábamos mucho en nuestras casas, ahora el trabajo se duplicó o se triplicó. Estando en su casa la mujer tiene que hacerlo todo: es médica, maestra, enfermera”. La cuarentena mostró la desigualdad en el reparto de las tareas domésticas y la lucha del movimiento feminista hizo que empiece a nombrarse como trabajo a las tareas que las mujeres realizan dentro de sus casas. En nuestros territorios latinoamericanos, la pandemia visibilizó, además, la importancia de las prácticas de cuidado y las formas colectivas de reproducción de la vida, sostenidas por el impulso de la organización popular. Al punto de que, por ejemplo en Argentina, los comedores y merenderos fueron considerados trabajos esenciales por los decretos presidenciales. Hace pocos días, el 22 de julio se cumplió un nuevo aniversario del Segundo Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, donde las asistentes declararon el Día Internacional del Trabajo Doméstico para marcar en la historia la lucha por el reconocimiento (simbólico y salarial) de las tareas que las mujeres realizan dentro de los hogares.
“Eso que llaman amor es trabajo no pago” dijo la filósofa y escritora italiana Silvia Federici y los feminismos contemporáneos levantaron la frase como bandera para poner en agenda un reclamo que les permitiera avanzar en la conquista de derechos. Las nietas de las brujas que no pudieron quemar, las herederas de Federici y otras activistas que en la Europa y Norteamérica de las décadas de 1960 y 1970 lucharon por el salario doméstico.
Pero la historia de los pueblos está marcada por los ritmos de sus tierras. En nuestro Sur los pueblos enfrentaron la invasión colonial Europea, la intervención imperialista norteamericana y los gobiernos neoliberales que llegaron de la mano de sangrientas dictaduras militares. En estas tierras las mujeres tienen una memoria ancestral de organización (mucho antes de la colonización) y resistencia, desde donde hablan y construyen. En este contexto ¿a qué nos referimos cuando hablamos de trabajo doméstico en Latinoamérica?
En nuestros territorios hablar de trabajo doméstico es hablar de la comunidad; heredada y aprehendida de las femeneidades afroindígenas.
Ahí tenemos una primera diferencia con Europa o Estados Unidos: en nuestras tierras el trabajo doméstico no puede entenderse sin apelar a la noción de lo comunitario, sin las redes que sostienen la vida cotidiana. Aquellos lazos entre mujeres que empiezan en la familia (cuando la hermana, la tía, la prima se hace cargo del cuidado de les niñes para que su madre pueda salir a trabajar o estudiar), que se entretejen en vínculos vecinales y comunitarios (las vecinas, las amigas del barrio, esas otras mujeres que comparten las tareas de cuidado, ofrecen ayuda, cuando hay necesidad económica o acompañan en situaciones de violencia) y que condensan en los espacios de organización social y política, en comedores y merenderos. En Argentina, el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación lanzó a principio de año un proyecto para construir un Mapa del Cuidado con el apoyo de la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL). Esta iniciativa pretende conocer datos concretos sobre el modo en que se organizan socialmente esas tareas en el país. Pero, además, permite visibilizar no sólo el hecho de que las mujeres y diversidades son quienes (sobre)cargan con el trabajo doméstico, sino también, que ese trabajo se socializa en redes familiares, vecinales y comunitarias.
En América Latina el trabajo doméstico rompe los límites del hogar y sale del ámbito de lo privado para irrumpir en los espacios históricamente reservados para los hombres (como la calle y la política). En esto también se diferencia de las experiencias europeas y norteamericanas. La historia de las Madres de Plaza de Mayo durante la dictadura militar o de las Piqueteras en la etapa neoliberal demuestra que, en nuestros territorios, hablar de trabajo doméstico es hablar identidades políticas muy fuertes. En este sentido, la noción de trabajo doméstico en estas tierras está cruzada, como su historia, por otras luchas como los derechos humanos, las democracias, la pobreza y las políticas neoliberales. Estas opresiones, además del género, intersectan las luchas y las identidades.
Es acá donde las teorías europeas sobre trabajo doméstico queden cortas. Sus aportes, sin dudas valiosos, resultan insuficientes para explicar la experiencia en América latina. De Adriana Guzmán y las feministas comunitarias recibimos la memoria de la necesidad urgente de descolonizar el feminismo: “La lucha se hace desde el cuerpo, no desde los libros ni la teoría, eso puede aportar pero no moviliza, las opresiones sí (…) las luchas de las feministas en Europa y Estados Unidos respondían a sus cuerpos y opresiones que obviamente, entendiendo el hecho colonial de 1492, la invasión, genocidio y violación sistemática de nuestras abuelas, entendiendo el entronque patriarcal, no son las mismas opresiones que viven nuestros cuerpos.”
Con sus opresiones y su propia historia de resistencia Latinoamérica necesita también sus propias narrativas, sus protagonistas, sus teóricas y referentas. Mujeres que lucharon desde nuestras tierras pero que son menos recordadas por la historia. ¿Quiénes son estas mujeres? ¿Qué historias nos cuentan sus vidas? ¿Cuáles fueron sus ideas? ¿Cómo podemos hoy aprender de ellas?
Berenice Timotillo nos acerca a una de las voces más importantes de los feminismos latinoamericanos para pensar la polifonía de los cuidados desde la interseccionalidad de las opresiones en nuestro Sur: la boliviana Domitila Barrios de Chúngara.
Fue dirigenta del Comité de Amas de Casa de la comunidad minera Siglo XXI. Desde ahí, militó por la politización de la noción de cuidados y la emancipación de las mujeres a través de su participación en el trabajo asalariado. Su jornada diaria de 19 horas se desarrollaba entre las tareas del hogar, el cuidado de sus hijes, la militancia política y la venta ambulante de empanadas. Resistió dictaduras y gobiernos neoliberales que empobrecieron a su pueblo, en el contexto de un país donde la herencia colonial se materializó en un racismo y discriminación estructurales. Irrumpió como oradora en la Conferencia Mundial sobre la Mujer de la ONU (México, 1975) en donde habló desde su lugar de mujer originaria, latinoamericana, trabajadora y pobre para abordar las temáticas dejadas por fuera de la agenda oficial, vinculadas a la explotación capitalista e imperialista.
Aunque no se identificaba como feminista (al igual que muchas otras mujeres que encontraron sus demandas silenciadas por el feminismo blanco liberal) la herencia de Domitila “todas somos amas de casa”, su discurso colectivo y comunitario resultan potentes hoy para historizar, (re)construir y (re)inventar los modos en que los feminismos piensan los cuidados y el trabajo doméstico en nuestras tierras.
Las efemérides son un ejercicio de la memoria: Domitila, como muchas otras heroínas latinoamericanas dan testimonio de una contramemoria dentro del feminismo. Reivindicarlas como parte de la historia del movimiento es un camino para construir feminismo desde los cuerpos, las resistencias, y los territorios. Como plantea Adriana Guzmán, es tiempo de abandonar la metáfora occidental de las oleadas para narrar la historia feminista desde la tierra: esa que nos sostiene y nos alimenta.
Ciertamente, las mujeres requerimos de políticas que reconozcan y apoyen con recurso económico el trabajo doméstico, el cuidado de niños y personas, el trabajo comunitario y que además, se apoye el proyecto individual de las mujeres.