Por Romina Aquino González*
Venía de días confusos, de una adicción a las redes insoportable, de despedidas que no terminaban de terminar, hasta que me acordé que tenía que continuar con esa lectura. Esa que había empezado en un avión, con rumbo a México. Yo iba con toda la expectativa de vivir historias extraordinarias, por eso, cuando empecé con este libro, lo sentí un poco de contramano. ¿Por qué ahora me agarraba una lectura de días pasivos, calmos, sin mucho misterio, solo días comunes, corrientes y luminosos? Obviamente, con todo el subidón de aventuras que fui a vivir, dejé el libro por la mitad.
Pero pasaron los meses, el viaje se asentó, volví a mis cosas diarias, empecé una nueva rutina, acepté el tránsito de mi ciudad, estaba en otra etapa de mi duelo, los días empezaron a parecerse, y las noches eran cada vez más largas, más tediosas, las bromas repetidas, los tragos con sabor a jarabe, y yo necesitaba volver a enamorarme. No de alguien, ni de algo, sino de las experiencias, de lo cotidiano, de lo mundano.
Y ahí Teoría de la gravedad, de Leila Guerreiro, me trajo al centro, al detalle, a lo que sucede mientras todes estamos viendo videos en Instagram. Un encuentro callejero casual, un viaje fugaz, una charla con papá, un café hirviendo, una despedida, un concierto, unas instrucciones para (des)vivir.
Para mí, este libro es una clase magistral de escritura de no ficción. Es tanta la fluidez y el paseo por lo mínimo, que al leerlo una termina con muchísimas ganas de escribir. Leyendo a Leila, por fin pude entender eso que dicen varias talleristas y escritoras: “Es mejor no usar tantos adjetivos, y adjetivar los sustantivos”. Así, en abstracto, a mi mente siempre le costó captar esa expresión, pero leyendo a Leila, lo entendí, lo disfruté y saboreé. Qué habilidad para jugar con el lenguaje y hacerte bailar con las oraciones.
Teoría de la gravedad es un diario de cosas inútiles y mundanas como barrer, amasar pan o construir una relación. Porque ¿de qué sirve barrer todos los días un piso que vas a volver a ensuciar? ¿De qué sirve llegar al volumen exacto de una masa de pan si al final se te va a quemar? ¿De qué sirve construir una relación, si al final vas a pasar los días haciendo cosas para destruirla? Al final, el hacer solo sirve para una cosa: seguir viviendo.
Leila no solo me dio ganas de volver a escribir solo por escribir, sino de seguir experimentando y moviéndome por este teatro público al que llamamos vida. Quizás hoy, más que nunca, nuestro vivir sea una performance constante para mostrar al resto, pero tal vez lo performático esté en otro lugar; en esos pequeños quehaceres o rituales, sencillos y sin sentido, que hacíamos como cuando éramos niñes, cuando sabíamos que nadie nos estaba mirando: jugar a ser algo que nadie te invitó, pensar algo y decir otra cosa, asistir a una ceremonia que va en contra de tus creencias, cambiar de camino cada cierto tiempo, tratar de no pisar una baldosa y caminar en una sola pierna.
Hace unas semanas andaba muy obsesionada con un cover de Believe hecho por la artista Okay Kaya. Repitiendo una y otra vez las frases de esa icónica canción, pensaba en el coro ¿Crees en la vida después del amor? Creo que es muy difícil desde el duelo pensar que puede existir algo más allá. Pero en el fondo, la respuesta siempre va a ser sí. Yo no solo creo eso, sino que me pasó, y me va a volver a pasar: el amor después del amor. Eso pasó conmigo cuando terminé de leer Teoría de la gravedad, volví a descubrir el amor por lo cotidiano, por lo ínfimo, por lo que damos por hecho, pero en realidad nunca lo está.
Lo que Teoría de la gravedad me ayudó a recuperar fue mi capacidad de asombro, a volver a conectar con la sorpresa, de alguna u otra manera, volver a romantizar la vida, pero ya con la conciencia de que mañana eso puede no estar, de que hay procesos que tengo que transitar sola, de que las amigas me pueden salvar, pero también tengo que salvarme a mí misma.
En su libro Todo lo que se mueve, Valeria Mata dice que los viajes también se componen del tiempo en pausa. “Quizás los momentos de aventura y salida de nosotros mismos necesitan equilibrarse con un largo periodo de reposo, pues de otra forma destruiríamos la ley del ritmo. El reposo también es condición de posibilidad de movimiento”. Esos momentos de reposo, son los que, al final, nos permiten apreciar nuestro entorno, darle un marco, un valor, más aún en estos tiempos tan frenéticos y llenos de horror.
Aferrarse a la belleza de lo mínimo, a la ternura de lo insignificante, es una forma de sostener la vida, de inventar razones y sentidos para habitar este mundo. Me di cuenta de que todavía me queda mucho por decir, por amar, por descubrir. Y como diría Leila: “No era un gran momento. No era un momento especial. Era tan solo un momento. En la estupenda simplicidad de la vida cotidiana. Dije ‘Yo no quiero salir. Quiero quedarme acá’. Era una verdad enorme.”
*Romina Aquino González (@buskndosenti2) es periodista, escritora y collagista. Forma parte de Emancipa Paraguay.