Democracia con lente hū 

*Por Clemen Bareiro Gaona
El Senado paraguayo protagonizó una escena que quedará en la memoria colectiva: la expulsión de Norma Aquino, conocida como Yami Nal, y la suspensión por 60 días de Javier Vera, alias Chaqueñito. Todo esto tras la filtración de audios que hablan de compra de votos, tráfico de influencias y un Congreso convertido en mercado.

Podríamos detenernos solo en la corrupción -porque sí, es grave que se hable de “nuestros votos valen 20.000 dólares”- pero lo que está en juego es algo más profundo: la degradación de la democracia, que se vuelve espectáculo, y la forma en que ese espectáculo se vive distinto si la protagonista es mujer o varón.

Democracia: lo que debería ser y lo que vemos

Robert Dahl decía que la democracia es un sistema que responde a la ciudadanía en condiciones de igualdad. Esa idea parece lejana cuando miramos lo que sucedió en el Paraguay: un senado que se mueve rápido para expulsar a una mujer, que vacila para sancionar a un hombre, y que se defiende a sí mismo más por reputación que por principios. Para que la representación política democrática sea real, nos dice la politóloga Line Bareiro, debe haber representación sexual, territorial y de concepciones políticas o ideológicas.

Lo que deberían ser condiciones mínimas – igualdad de trato, transparencia, rendición de cuentas- se desdibujan frente a la urgencia de salvar la imagen institucional. Y ahí está la primera grieta: la democracia, en lugar de responder a la ciudadanía, responde a su propio teatro interno.

Las barbaridades de un discurso

Durante su descargo, Yami Nal soltó frases que parecían escritas para un guión tragicómico. La más resonante fue: “mi poder tengo en mis gafas. Cuando tengo mis gafas, digo todo lo que tengo que decir”. Detrás de lo absurdo, la frase encierra una radiografía de nuestra política: el poder como accesorio, como disfraz, como objeto que se viste y se quita.

No habló de representar a sus votantes, ni de la responsabilidad del cargo, ni de la confianza ciudadana. Habló del poder de sus gafas. Y esa confesión, en su crudeza, refleja lo que muchas y muchos sospechamos: en el Senado el poder se actúa, se representa, se simboliza, pero rara vez se ejerce en clave de servicio público. Además, dedicó gran parte de su tiempo de defensa a no explicar su rol ni a responder las acusaciones, sino a pedir disculpas a los colegas que mencionó en los audios, y, sobre todo, a Horacio Cartes – expresidente de la República y actual titular de la ANR – mostrando sin rodeos donde se concentra el poder real en Paraguay: más allá del hemiciclo, en la figura del líder partidario que articula lealtades, castigos y favores.

Ser mujer en medio del escándalo

Aquí entra el ángulo feminista. Porque sí, Yami Nal dijo barbaridades. Y sí, está implicada en audios vergonzosos y su desempeño en estos dos años como senadora de la Nación deja mucho que desear. Pero el contraste con Chaqueñito es inevitable: ella pierde la banca, él solo se va dos meses de “vacaciones” sin sueldo.

¿Acaso la justicia parlamentaria pesa distinto cuando se trata de una mujer? ¿Acaso el escrutinio moral es más severo?

Las mujeres en política siempre cargan con esa doble vara: se les exige ejemplaridad, se les juzga por sus emociones, se las ridiculiza con mayor facilidad. Un varón puede ser cínico, grosero o corrupto y la crítica será política; una mujer que cae en lo mismo es motivo de burla, de caricatura, de sanción ejemplar.

No se trata de absolver a Yami Nal. Se trata de reconocer que el género opera incluso en la forma en que se castiga la corrupción.

El teatro del Senado

Lo que vimos en la sesión fue más teatro que justicia. Lágrimas, acusaciones, palabras grandilocuentes, pedidos que no prosperaron. Una escena donde la defensa se mezcló con el show y donde, al final, lo que importaba no era tanto limpiar la democracia, sino salvar la imagen del Senado.

Ese teatro tiene consecuencias: erosiona la confianza ciudadana, manda el mensaje de que la política es un espectáculo de pasillo y no un espacio de construcción colectiva, y disuade especialmente a las mujeres jóvenes que sueñan con participar. ¿Quién quiere entrar a un escenario donde la regla es la burla y la sanción desigual?

Democracia “vaciada”

Cuando la democracia se vacía, pasan cosas como estas:

  • El poder se reduce a símbolos ridículos (un par de gafas)
  • Las reglas no se aplican igual (ella expulsada, él sancionado)
  • La ciudadanía queda fuera (los votos y los cargos se negocian como mercancía)
  • El Senado se protege a sí mismo más que a la democracia y a sus electores.

Y lo más peligroso: nos acostumbramos. Cada espectáculo parece superar al anterior y, sin embargo, la indignación dura poco. Se convierte en rutina.

Feminismo como espejo

La perspectiva feminista no es una excusa para defender a nadie. Es un espejo para ver cómo las desigualdades atraviesan incluso los momentos de crisis política. Nos ayuda a preguntarnos:

¿Por qué la vara fue distinta entre Yami Nal y Chaqueñito? ¿Qué significa que las frases de ella hayan sido objeto de memes y burlas, mientras las de él pasaron casi desapercibidas? ¿Qué mensaje se envía a las mujeres que quieren entrar en política cuando ven como se juzga, sanciona y ridiculiza a una senadora?

El feminismo, en este caso, no blinda a Yami Nal. Blinda la idea de justicia equitativa. Porque si la democracia no es igual para mujeres y hombres, no es democracia plena.

¿Qué clase de democracia queremos después de este espectáculo?

¿Una democracia de lentes, donde el poder se actúa, pero no se ejerce? ¿Una democracia de doble vara, donde las mujeres cargan con la sanción más dura y el ridículo más cruel? ¿O una democracia que se atreva a ser honesta, transparente, equitativa, donde la ética no se vista de accesorio, sino que se viva en el día a día?

La degradación de la democracia paraguaya no se mide solo en dólares por voto o en ascensores pagados por donaciones. Se mide en cada gesto que convierte la política en teatro, en cada sanción que aplica reglas desiguales, en cada burla que desalienta a más mujeres a ocupar espacios de poder.

Hoy el Senado nos mostró su cara más descarnada. La nuestra, como ciudadanía, es decidir si seguimos siendo público pasivo de este teatro o si nos animamos a exigir otro guión: uno donde la democracia no sea disfraz ni espectáculo, sino palabra, memoria, igualdad y responsabilidad.

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