No hubiera sido posible sin tu amor

*Por: Juliana Quintana

 

«No iba a pasar esto sin tu amor», dice el mensaje que me dejó Coralie Arbo en el libro que publicaron con Micaela Cattáneo ¿Todo es culpa de Tacuara? Había barullo en la sala pero sentí que la dulzura del mundo me envolvió por unos minutos. Unos segundos atrás estaba muerta. Venía de unos días de navegar entre el trabajo intenso en el calor y el tráfico asunceno. Mis días, como los de tantas otras compañeras, se dividían entre el cuidado, las responsabilidades laborales y el activismo. Fueron las palabras de Cora las que me devolvieron al presente. 

 

En su lanzamiento, Cora mencionó un día en que estábamos reunidas con nuestras amigas, una de las tantas veces en que nos encontramos para querernos y entender lo que nos pasa. Lo recordé con claridad. Estábamos en mi casa con Ale González y Clari de Iturbe. Cora estaba en plena producción de su «memelibro», y cada vez que se encontraban con sobrevivientes de la última dictadura en el laboratorio Memoria y Futuro, venía y nos contaba, emocionada, lo que aprendía y escuchaba. 

 

Corali Arbo y Micaela Cattáneo, durante el lanzamiento del memelibro ¿Todo es culpa de Tacuara?. Fotografía: Luis Vera.

 

En esa oportunidad, nos contó que Guillermina Kanonnikoff recordó que asesinaron en su casa a Juan Carlos da Costa, dirigente político de la Organización Primero de Marzo (OPM) que buscaba derrocar al dictador Alfredo Stroessner en los años 70. Así fue que nos enteramos que Alejandra González da Costa, escritora y cuentista, que lleva siendo nuestra amiga más de una década y media, era su sobrina. Ella lo había descubierto hacía relativamente poco en un museo de Brasil, cuando estaba de vacaciones con su novio. Inmediatamente, todas nos pusimos a googlear el nombre de su tío mientras ella nos iba contando lo que había averiguado hasta el momento. Nos decía que le costaba acceder a información porque algunos miembros de su familia no querían hablar de él. 

 

Hay una historia en la gramática de las familias y amigues que aún permanece desatendida. El silencio. El stronismo marcó nuestra cultura, al punto de dejar a casi toda una generación sin la capacidad de hablar. A esto se refería Mica en la presentación de su libro, esta generación son nuestros padres, madres y abuelos quienes nos criaron con heridas, limitaciones y dificultades de entrar en contacto con su propia memoria. Pero la función del silencio tiene otro peso cuando en lugar de una herida es un pacto de complicidad con el régimen. De hecho, en respuesta a este silencio es que en Latinoamérica nacieron agrupaciones familiares de genocidas que militan por la memoria, la verdad y la justicia. 

 

Aunque no hayamos formado parte de la generación que vivió durante la dictadura stronista, según el historiador francés Pierre Nora, heredamos sus secuelas. Nora definió los Lieux de Mémoire (lugares de la memoria) como cualquier entidad, tangible o intangible, que, por acción humana o el paso del tiempo, se transforma en un símbolo del patrimonio conmemorativo de una comunidad. Estos espacios pueden ser materiales, como monumentos, museos o eventos, o inmateriales, como el lenguaje y las tradiciones. Su función es anclar el pasado en el presente, evitando que las generaciones futuras caigan en el olvido histórico.

 

¿Todo es culpa de Tacuara? Es una apuesta irreverente que desafía los límites de la memoria nacional y tiende un puente con audiencias nativas digitales. El texto y los memes dialogan con la historia y el fútbol, y condensan la indignación de un pueblo que castigó selectivamente a Tacuara por errar un penal en el mundial del 2010 pero se rehúsa a aplicar la misma lógica a los responsables de la dictadura de Stroessner. En muchos casos, hasta la reivindican.

 

Esa noche, fuimos a celebrar el épico lanzamiento del libro de Cora y Mica -el primero de muchos- y tuve uno de esos momentos que se conocen como epifanía. En esa mesa estaban: Taka, que migró a Montevideo tras la asunción de Milei en Argentina y hoy se está abriendo camino en ingeniería de datos; Gabriel, psicólogo y poeta, que se encarga de sostener la salud emocional del grupo y Clari, economista rockera que, con su moto, es capaz de llegar hasta el fin del mundo por nosotres. Estaban también Ana, Ale y Belén, que tienen esa capacidad de poner su ternura en un mensaje y conversar como si no hubiera tiempo ni espacio. 

 

Recorrí con mi mirada a cada une de mis amigues y entré en un “estado de oxímoron”. Fue algo así como una mezcla de felicidad y pánico. Llegué a mi casa y me puse a escribir este texto en modo frenético porque tengo un alarmismo que me persigue en los últimos años. Esto creo que no lo confesé nunca por escrito pero uno de mis miedos más grandes es perder la memoria. Tengo miedo de que mi pensamiento se vuelva obsoleto antes de tiempo, de no reconocer un día el rostro de mi mamá, de no recordar el nombre de mi papá, de olvidar las anécdotas de mis amigas y todo lo que vivimos, de olvidarme de la dirección de mi casa. Tengo miedo de que desvanezca la voz de mi abuelo Pavli. 

 

Puede parecer que estoy hablando de temas distintos pero, en el fondo, es el mismo. Estamos asistiendo a una batalla semiótica, por la memoria y los consensos históricos, en un sistema desigual dominado por algoritmos que amplifican ciertas voces y silencian otras, donde narrativas hegemónicas intentan moldear el sentido común. En este escenario, las luchas feministas en el mundo se enfrentan a algo mucho más grande que una reacción a nuestros derechos conquistados. Se enfrentan a una doctrina de la antifelicidad y la desmemoria. El tecnopatriarcado (palabra que me acabo de inventar pero que me viene joya) fue concentrando el poder económico y simbólico en las plataformas digitales y hoy se impone con una fuerza arrolladora. 

 

Cuando me puse a escribir esto faltaban dos días para marchar por el 8M y tenía un montón de trabajo que hacer, pero marchar ya no era solo una cuestión de deseo sino una urgencia, una pulsión, como la de escribir, -y no hay nada como escribir o leer libros para reaccionar a la fragilidad y la fragmentación de la memoria colectiva-. Disputar nuestras narrativas desde las calles, con los cuerpos pintados y carteles plagados de mensajes es un acto de memoria activa y una eyección del modelo tecno(falo)centrado que nos inscribe, no en una story de Instagram, sino en un relato histórico. 

 

Escribo esto mientras que puedo y como archivo de lo que siento, para que no se me olvide lo que en verdad importa. Sobre esa síntesis del amor que describió Cora tan hermosamente en su dedicatoria, me pregunté: ¿Qué hubiera sido posible sin elles? Básicamente, nada. Ni tolerar las distancias, que tanto pesan en las biografías migrantes, ni convencernos de que podemos atravesar crisis financieras, ni sobreponernos al impostor para publicar un libro. Encontrarnos con amigues y colmar de amor el espacio público significa involucrarnos en una lucha colectiva por visibilizar las violencias que persisten y es, en sí misma, una lucha contra la desmemoria. 

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