Cuando denunciar significa volver a ser violentada

*Por Clemen Bareiro Gaona

 

En Paraguay, más de 3.500 niñas, niños y adolescentes denunciaron abuso sexual en un solo año. Son al menos nueve denuncias por día. Detrás de cada número hay una infancia con rostro, con nombre, con sueños interrumpidos. Denunciar debería significar protección y justicia. Pero, en demasiados casos, la denuncia se convierte en el inicio de una nueva violencia: la que ejerce el propio sistema que debería cuidarlas.

 

Un caso que desnuda las fisuras del sistema

 

Hace unos meses, una niña se animó a denunciar a su padre quien además se desempeñaba como un alto funcionario del gobierno. El gobierno celebró públicamente su reacción “rápida” al removerlo del cargo, pero lo que vino después mostró la crudeza de nuestras instituciones: meses sin imputación, intentos de desestimar la causa bajo el argumento de que “los hechos no ocurrieron como fueron relatados”, exclusión de pruebas claves y omisión de la psicóloga que evaluó a la víctima.

 

La madre de la joven denunció que su hija debió declarar en cinco ocasiones, cuatro de ellas exigidas por la Fiscalía. El proceso, en lugar de protegerla, la obligó a revivir una y otra vez su dolor. Así, la justicia terminó siendo una segunda agresión.

 

Más violencia después de la violencia

 

La revictimización no es un error aislado: es parte de un patrón.

– Procesal, cuando se obliga a una niña a repetir su relato hasta el agotamiento.

– Institucional, cuando se descartan pruebas y se desacredita su voz.

– Simbólica, cuando el Estado actúa solo para la foto y no para garantizar reparación.

Cada silencio, cada demora, cada prueba ignorada envía un mensaje brutal: tu voz no importa, tu dolor es negociable.

 

Infancias sujetas de derecho, no de compasión

 

Es urgente recordar que niñas, niños y adolescentes no son objetos de tutela ni propiedad familiar: son sujetas y sujetos de derecho. Tienen derecho a ser escuchadas, a recibir acompañamiento psicológico y legal digno, y a que se respete su verdad sin cuestionamientos arbitrarios.

El Estado no puede seguir tratándolas como piezas de un expediente. La ternura también es política pública: significa garantizar cuidado, escucha y protección real.

 

La deuda de Paraguay

 

La mayoría de los abusos sexuales contra niñas y adolescentes ocurre en el entorno de confianza: la propia familia, la escuela, la comunidad. Si la justicia no responde con rapidez y sensibilidad, si no evita que la víctima reviva su dolor, el mensaje que recibe toda la sociedad es que denunciar no vale la pena.

 

Necesitamos fiscales, jueces, policías y operadores con perspectiva de género y de niñez. Protocolos claros que eviten la revictimización. Transparencia sobre por qué se excluyen pruebas o se piden desestimaciones. Y un compromiso político que vaya más allá de los titulares.

 

Cerrar heridas, no abrir nuevas

 

Cada niña que denuncia realiza un acto de valentía y confianza. Si la respuesta es revictimizarla, esa confianza se rompe y la herida se profundiza.

 

Denunciar debería ser un paso hacia la libertad y la reparación. Hoy, en muchos casos, es apenas la puerta a un nuevo calvario y esa es una deuda que Paraguay no puede seguir acumulando con sus infancias. No importa el nombre: podría ser cualquier niña o niño en cualquier rincón del país. Tampoco debería importar quién sea el adulto denunciado, ni su poder ni su dinero. Cuando la justicia prioriza a los agresores, está dejando de lado a quienes deberían estar en el centro: las infancias, que son las verdaderas constructoras del Paraguay que viene.

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