Desarmar las palabras, desarmar la desigualdad

*Por Norma Flores Allende y Paulina V. Gracia

«Que el mundo es mi mundo,
se muestra en que los límites del lenguaje
(el lenguaje que yo sólo entiendo)
significan los límites de mi mundo»  —Ludwig Wittgenstein

 

Desentrañar los límites de una sociedad tan desigual como la paraguaya significa también sumergirse en el habla cotidiana

Muchas veces para entender la realidad recurrimos a historias. Nos contamos historias que nos explican por qué las cosas son como son, y no son de otra manera. Las historias nos unen como sociedad, simplifican el caos que representa el mundo. Son esos mitos comunes, explica un historiador israelí, Yuval Noah Harari, los que hacen que un gran número de personas extrañas entre sí logren cooperar.

Existen mitos, que quizá puedan ser calificados como útiles, ya que facilitan la cooperación entre las personas. El lenguaje nos cuenta amores, hazañas, creencias, necesidades, conceptos.

Pero hay palabras que, lejos de unirnos, generan división, aspereza. Incluso hay algunas que anteceden la violencia porque son violencia en sí misma.

Un país tan desigual como Paraguay exhibe numerosas violencias cotidianas que unas personas, más que otras, están forzadas a padecer. Desde los medicamentos siempre ausentes en los hospitales, hasta las veredas en mal estado, el colectivo que no llega, y un sinnúmero de hostilidades.

El lenguaje es capaz de sostener esa violencia. Las palabras constituyen cada clavo sobre el cual se acostará alguien, que deberá soportar con estoicismo, y en silencio, las diferentes heridas que irán desgarrando su piel. Las narrativas explican por qué esa persona, y no otra, debe atravesar y aceptar ese dolor.

Lo cierto es que podemos violentar con las palabras.

Pero no solo eso.

Podemos violentar a un grupo de personas, como si fuese quizá una declaración abierta de guerra.

Un tipo de violencia ejercida por las palabras son los discursos de odio (DDO), una categoría que en los últimos años hemos venido escuchando con fuerza en Latinoamérica. Las Naciones Unidas la definen de esta manera:

cualquier forma de comunicación de palabra, por escrito o a través del comportamiento, que sea un ataque o utilice lenguaje peyorativo o discriminatorio en relación con una persona o un grupo sobre la base de quiénes son o, en otras palabras, en razón de su religión, origen étnico, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otro factor de identidad

La tragedia europea con el nazismo, así como otros hechos traumáticos en el mundo, como el genocidio en Ruanda, han sido los cimientos sobre los que se ha edificado este concepto que permite entender cómo se construye el odio hacia grupos de personas. Y cómo ese odio muchas veces repercute en calamidades, impactando vidas.

Todo se origina en el lenguaje.

«Los discursos de odio mantienen las diferencias sociales, hacen más grandes esas diferencias. Son responsables de que los sujetos de derechos tengan menos derechos», nos responde el sociólogo Carlos Peris Castiglioni a nuestra pregunta de cuál es la función de los DDO en la sociedad paraguaya.

La socióloga Jazmín Duarte Sckell nos explica que los grupos que son objetivo de los DDO son quienes se apartan de la «norma», o más bien, lo «normalizado», es decir, los grupos que constituyen una molestia para quienes detentan el poder. Así, son los grupos sociales más estigmatizados los que reciben odio, que en Paraguay representan principalmente los pueblos indígenas y el campesinado. Aunque en los últimos años se ha dirigido con notoria agresividad, incluso en campañas políticas y en medios de comunicación, contra las mujeres y la población LGBTI+ —en especial las mujeres trans y las travestis—.

Pero, ¿qué buscan los discursos de odio? El silenciamiento, la invisibilización, la deshumanización, la desaparición del espacio público y del imaginario social. La culpabilización de grupos sociales marginalizados de sus propias desgracias. A veces hasta la misma aniquilación física.

En un país de alta informalidad laboral, en donde la ultraprecarización es la «norma», muchas veces los DDO se han dirigido en contra de grupos de trabajadores que se han organizado a favor de sus derechos. Trabajadoras domésticas, cuidadores de vehículos son ejemplos que han suscitado una fuerte reacción en contra.

«¿Cómo ellas quieren ganar más y ni siquiera estudiaron? Nosotros para eso estudiamos, para ganar más»

Frases como está marcaron la vida de Marciana Santander, madre, ama de casa, trabajadora y activista por los derechos de las trabajadoras domésticas, que pasó por incontables injusticias antes de lograr conquistar derechos básicos para acceder a una vida más digna.

Marciana, de 54 años, terminó el colegio y bachiller hace 5 años. Actualmente está cursando el tercer año de la carrera de Trabajo Social en la Universidad Nacional de Asunción. Su objetivo es continuar la lucha por los derechos de las empleadas domésticas. Y lograr el reconocimiento de que el trabajo doméstico es tan importante y valioso como cualquier otra profesión. «Todos tienen su empleada doméstica en su casa. Todos los que salen afuera tienen familia, tienen hijos, tienen su casa», afirma Marciana, evidenciando que el trabajo que ellas hacen en los hogares es de suma importancia para que la economía de sus patrones siga funcionando como lo hizo siempre.

«La lucha de las trabajadoras domésticas en reclamo de sus derechos pone en peligro la manera  en que está organizada la sociedad, en donde el trabajo doméstico no es reconocido como tal. Esto representa una amenaza, ya que exige mayor respeto y visibilidad al trabajo realizado por las mujeres y constituye un llamado a los hombres a participar de las tareas domésticas. Las familias de clase media alta se benefician del discurso de odio porque éste busca un retroceso de derechos para las trabajadoras domésticas», explica la socióloga Jazmín Duarte.

«La chachita quiere cobrar más platita…»

«Nosotras también somos madres, tenemos familia, nosotras también tenemos que comer, también gastamos igual que ellos. No es que a nosotras nos van a decir “bueno, vos sos trabajadora doméstica, te vamos a cobrar nomás 5.000 o 2.000 por la carne»” nos comenta Marciana, como si sus reclamos escaparan de toda lógica y necesiten explicaciones. Muchas empleadas domésticas abandonan sus hogares antes que el sol salga y regresan cuando la ciudad haya culminado sus actividades. ¿Quién se encarga de sus hijos o del cuidado y mantenimiento de sus casas? «Nosotros a veces dejamos nuestros hijos con su hermano mayor, con su abuela, para ir a trabajar… A veces no les cuidamos bien como corresponde a nuestros hijos».

Lejos de retroceder y achicarse ante el discurso de odio hacia el trabajo doméstico, Marciana encontró en éste (y en sus compañeras) las fuerzas y motivaciones necesarias para decididamente llevar adelante su lucha. En el 2008 junto con el Centro de Documentación y Estudios, iniciaron los procesos para organizarse y conformar una entidad con mayor peso para reclamar sus derechos. De esta manera, en el 2012, Marciana y ocho compañeras crean la Asociación de Empleadas del Servicio Doméstico que 6 años después se establecería como el Sindicato de Trabajadoras del Servicio Doméstico del Paraguay (Sintradespy) a pesar de que la primera respuesta de parte de sus patrones y los medios fuera de resistencia y rechazo.

«No queremos sindicalistas como trabajadoras domésticas»

Es cierto, la primera respuesta de los patrones y medios de comunicación a la conformación del sindicato de trabajadoras domésticas fue de rechazo total evidenciado en los discursos de odio y el abordaje a la problemática. Frases como: ‘No pueden ganar lo mismo que un profesor porque son limpiadoras nomas’ ‘Yo tengo estudios y título, cómo van a ganar lo mismo que yo’ ‘No tienen que pagar luz, agua, comida, alquiler, si es con cama adentro, cómo va a querer cobrar más’, se hicieron menos frecuentes casi como resultado del cambio de mirada que lograron las activistas con la prensa y los medios de comunicación luego de varios debates y encuentros. Ganaron su primera batalla: el rechazo inicial se transformó en apoyo y escolta casi cinco años después de que el sindicato inició su lucha, y con esta victoria el Sintradespy dio un paso importante hacia el objetivo principal: la creación de una ley que proteja el trabajo doméstico.

La lucha sigue…

En 2019 lograron modificar la ley del trabajo doméstico para cobrar el 100 % del salario mínimo legal vigente, sin embargo, aún quedan pendientes. Marciana se mantiene incansable; las trabajadoras sindicalizadas deben seguir insistiendo con el cumplimiento de la ley y movilizarse para reclamar que las trabajadoras puedan acceder a una jubilación digna.

Es una mujer ejemplar que con su vida nos enseña que al discurso de odio hay que hacerle frente con organización, tenacidad y persistencia. La lucha sigue, pero con batallas ganadas.

«Como si fuese que no somos humanas dignas de otras cosas»

Reny Davenport es de Asunción, logró culminar un título de notariado, aunque no lo puede ejercer. Su infancia fue feliz, aunque ser ella misma tuvo un precio: desde una familia a la que le fue difícil al principio comprender hasta las puertas de los boliches que se le comenzaron a cerrar. Entendió que los cupos para las travestis son limitados, y que, a veces, ni siquiera dejan entrar a ninguna. A veces hay personas que le recuerdan que hubiese sido más fácil «haberse quedado puto nomás». Haberse operado las tetas le provocó más de una pelea en su casa, aunque ahora ya lograron aceptarle tal como ella es. Reny nos reafirma: «Eso es lo que tenemos nosotras las chicas trans: somos muy resilientes. Nuestras decisiones, lo que queremos hacer, lo hacemos».

Ella trabaja en entretenimiento para adultos, mayormente desde su OnlyFans. «Es lo que se espera de nosotras», nos recuerda que hay un paralelismo entre las chicas cis y las chicas trans, para las trans lo esperado por la cisnorma es el trabajo sexual. Quizá, si hubiese podido ejercer la profesión de notaria, no hubiera podido seguir con el OnlyFans. O quizá sí. «Todo depende de una. Siempre hay una pequeña posibilidad de poder posicionarte». De lo que sí está segura es que el OnlyFans que puede generar contratiempos a la hora de tener una relación, aunque tiene la suerte de contar con una pareja comprensiva.

La primera vez que le negaron la entrada a un local se largó a llorar. Era el cumpleaños de una amiga. «Al pedo tratás de razonar con ellos, te ponen excusas de mierda». Otras puertas que se cierran a las mujeres trans y a las travestis son laborales. Las oportunidades aún son escasas, aunque hay algunos, todavía pocos, lugares que se están animando a contratar personas trans.

A pesar de la ausencia de leyes y políticas que son realidad en el resto de Latinoamérica, hay pequeños cambios en la sociedad paraguaya. Gracias a la labor y la militancia de ellas. «Yo siempre trato de acercarme amablemente y siento que a veces tengo resultados».

Pero si hay quienes se merecen una buena puteada son los medios de comunicación y los periodistas, según Reny. Después de la puteada, ellos necesitan una buena capacitación para dejar de lado la cobertura transodiante y titulares violentos. Al respecto, la socióloga Jazmín Duarte Sckell nos señala que es la televisión la gran herramienta de difusión de discursos de odio en Paraguay, y este medio es particularmente violento contra las poblaciones vulnerabilizadas. Reny nos indica que la violencia no proviene solo de medios «amarillistas», sino que además de aquellos que se precian de parecer «serios».

Recordemos que las mujeres trans y las travestis tienen una esperanza de vida de 35 años, mientras que en Paraguay el promedio de vida para la población cis es de alrededor de 73 años. Quizá estas cifras puedan poner en perspectiva cuál es la responsabilidad de los medios de comunicación y de periodistas en las vidas de un grupo de personas.

«Que Dios y la Virgen no quieran que el día de mañana estén en nuestro lugar»

Vicente Gómez (64) vive en el Bañado Sur, trabaja en albañilería, pintura, y también, desde hace 3 décadas, es cuidador de vehículos. Nos explica que el oficio de los «cuidacoches» inició en la época del estronismo; las pocas oportunidades empujaron a muchas personas de todas las edades a esta alternativa para conseguir ingresos y así salieron a las calles. Vicente fue detenido arbitrariamente y torturado por días en aquel entonces. «La calle es de la policía», era el eslogan de la dictadura más larga de Sudamérica.

Si bien Vicente solo pudo culminar el sexto curso, se considera a sí mismo afortunado. Muchos de sus compañeros ni siquiera saben leer y escribir, otros ni siquiera pudieron aprender otro oficio. Vicente agradece a la Virgen por sus padres, quienes hicieron todo lo humanamente posible por él, le enseñaron valores. Lamentablemente la falta de oportunidades le impidió cursar estudios universitarios y ejercer una profesión, lo que le hubiera gustado mucho. Sin embargo, nos comenta que el cuidado de vehículos permitió a muchos cuidacoches lograr que sus hijos sí pudieran ir a la universidad y así tener una perspectiva de vida mejor.

Vicente nos explica que una persona cuidadora de vehículos es alguien que se rebusca en vez de ir a robar; para cubrir las necesidades de su familia, muchos madrugan para dedicarse además al reciclaje o a otras changas. La falta de perspectivas les empuja a toda suerte de posibilidades, aunque muchos no renuncian a inculcar a sus hijos que estudien apenas puedan. Vicente también es consciente de que es el gobierno quien debe facilitar fuentes de trabajo para las personas.

Los peligros de las calles lo llevaron a plantearse integrar un gremio. Así empezó su actividad gremial hasta ser hoy presidente de la Asociación de Cuidacoches. Una búsqueda sencilla en Google nos arroja un primer resultado: «ASOCIACIÓN de vagos de parasitos de haraganes de viciosos de seres que irresponsablemente llenan de niños los cinturones de pobreza que nos ciñe y atemoriza» [sic]. Las redes sociales están repletas de discursos de odio hacia este grupo de personas; desde comentarios en los diarios, publicaciones en Facebook, Twitter, etc. «Debían haber sido eliminados…», «Plomo a estos inservibles» son algunas de muchas expresiones que pueden enmarcarse en este tipo de discurso.

La socióloga Jazmín Duarte Sckell señala que los DDO varían de acuerdo con las poblaciones de las que sean objetivo. Así, este podrá ser transodiante, misógino, racista, capacitista, aporofóbico, o podrá interseccionalizarse. Los indicadores de este discurso, según este estudio, son «comportamiento violento, niega los derechos humanos, contiene calumnias, vulgarismos o ataques ad hominem, utiliza estereotipos negativos o manipula deliberadamente la verdad o los hechos históricos».

Vicente nos relata «una discriminación total hacia nuestra persona», en donde más de una persona le ha dicho «quién sos», «ladrón», «a vos no te da trabajar», «sucio». A veces cree que estas personas han tenido simplemente un mal día, aunque sí, dentro de todo él quisiera que se pusieran por unos instantes en sus zapatos.

El espacio público ha sido siempre una disputa en Paraguay; hoy, es testigo incómodo de un hecho. El supuesto «milagro económico paraguayo» es uno desigual, que expulsa, violenta y priva a las personas de oportunidades. Que detrás de una macroeconomía «brillante», hay un 63 % de informalidad —con sectores que incluso llegan al 83 %—, con 3 de 4 trabajadores que ni siquiera perciben salario mínimo, con más de un 60 % de personas que no pueden culminar la secundaria. El modelo agroexportador, de agricultura mecanizada con mucha tierra ocupada por pocas manos, es incapaz de proponer horizontes a las personas, quienes son expulsadas a cinturones de pobreza en ciudades o se ven obligadas a migrar a otros países. Por más que los discursos de odio intenten despejar el espacio público, buscando eliminar a estas «poblaciones excedentes», desapareciendo lo que es una «molestia», las calles son recordatorio de que simplemente no es posible esconder bajo la alfombra una realidad.

Quiénes montan las piezas del odio

Los responsables de la producción de los DDO en Paraguay tienen nombre y apellido. Son los agentes «normalizadores» de la sociedad, es decir, quienes tienen el poder, y por lo tanto deciden y establecen qué es «lo normal». Ellos son quienes propagan odio a través de sus instituciones al resto de la sociedad. En Paraguay podemos distinguirlos claramente, según el sociólogo Carlos Peris, y son los siguientes:

  1. Sectores productivos dominantes —y sus medios de comunicación—. Es decir, los gremios empresariales, el sector agro, instituidos en asociaciones como la ARP, la UIP, y otras que concentran grupos poderosos.
  2. Partidos políticos tradicionales, principalmente la ANR, quien concentra el poder desde 1947.
  3. Grupos religiosos, aunque Paraguay sea el país más católico de Latinoamérica, en los últimos tiempos también demuestran mayor virulencia las iglesias evangélicas.

Respecto a por qué estos discursos parecen recrudecerse en algunos momentos más que en otros, Jazmín Duarte nos aclara: «Siempre aparecen más DDO en momentos de crisis, porque es una forma de canalizar la incertidumbre. También es una forma que tienen quienes detentan el poder para manipular a la gente, movilizarla según ciertos objetivos. Los objetivos van a ser diferentes de acuerdo al contexto. Ahora, por ejemplo, son las personas trans el chivo expiatorio de toda la incertidumbre e inseguridad existente».

Cómo podemos desmontar las piezas

Esto es lo que se puede hacer al respecto de acuerdo con Jazmín Duarte Sckell y Carlos Peris Castiglioni:

  • La creación de una institución estatal ante la que se puedan denunciar los DDO. Por ejemplo, Argentina cuenta con el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) ante el cual se pueden realizar denuncias y cuyos dictámenes tienen validez jurídica. Un ejemplo es el caso del periodista Baby Etchecopar, quien tuvo que pedir perdón por DDO y dedicar unos minutos de su programa a exponer temas de discriminación.
  • Los medios de comunicación y los periodistas deben atender cómo describen, enmarcan y posicionan a personas de grupos vulnerabilizados. Es responsabilidad de los medios evitar la deshumanización de las personas, ya que la presentación de estereotipos muy negativos o estigmatizantes incitan a reacciones violentas en las calles. Cabe recordar en este respecto el papel esencial que desempeñaron los medios de comunicación durante el genocidio de Ruanda (1994), donde los DDO esparcidos por medios de gran alcance como las radios fueron en gran medida promotores del escenario para que se desatara la tragedia.

Lo anterior quizá sea utópico imaginar en un nuevo periodo de gobierno en donde los responsables de los DDO en Paraguay poseerán un poder casi absoluto, en donde ya no quedará casi ningún resquicio de oposición. Quizá sea ahí donde los sindicatos de trabajadoras domésticas, la asociación de cuidacoches y las activistas trans, desde sus vivencias y luchas pueden darnos respuestas. Con insistencia, organizándose, haciéndose visibles, han logrado sacudir algunos cimientos.

Y todo comienza desde el habla, desde conversaciones diferentes que se articulan, silencios necesarios para la escucha, combinaciones distintas de palabras que buscan otras construcciones, que puedan contar, explicar, converger en empatía, pensar alternativas. Es que, así como el odio está hecho de palabras, son las palabras las únicas que pueden desarmarlo.

 

***

*Este material fue elaborado en el marco de la beca Desinformación y discursos de odio en el Cono Sur, otorgada por Revista Emancipa Paraguay con apoyo de Internews.

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