*Mey Ciares

El Acontecimiento – Annie Ernaux

Mi Acontecimiento

Año 2010, yo tenía 20, él 17 o 18, no me acuerdo bien. Sólo recuerdo que era más chico que yo y eso me daba un poco de vergüenza.

Ninguno de los dos quería tenerlo.

Hablo con mi viejo (para pedirle plata) y te llamo”. Nunca más lo vi. Desapareció. Obvio.

En esa época yo había dejado la facultad porque trabajaba 10 horas por día, de lunes a lunes, menos los domingos que tenía franco después del mediodía. Ganaba 200 pesos por semana que, a plata de hoy, sería algo así como 2 mil pesos.

Vivía en González Catán, en una casa con mis abuelxs, tío, madre, padre y dos hermanos, con los cuales compartía habitación.

“No te preocupes hija, Dios nos va a ayudar”.

Mi vieja me llevó al médico, lloró en la ecografía y me abrazó. Yo sólo pensaba en morir, en el gran alivio que sería dejar de existir. Porque si de algo estaba segura, era de que no iba a avanzar con ese embarazo, cueste lo que cueste.

No quería, no lo deseaba, nunca sentí nada “maternal” y las presiones de mi familia sólo afirmaban mi decisión.

No tenía idea de por dónde arrancar, sólo sabía que necesitaba plata. Mi abuela me dio 100 pesos, me dijo que me vaya y que vuelva cuando esté hecho. Porque claro, ¿qué iban a decir lxs vecinxs si se enteraban? y ella no quería que me anden diciendo puta por ahí. Por mucho tiempo pensé que fue un acto de cuidado para conmigo, después comprendí que, en realidad, fue todo lo contrario.

¿Una clínica? ¿Qué es eso? A pesar de que mis viejxs son enfermerxs ni se me cruzó por la cabeza, mis amigas me hablaban de miles de pesos y yo a duras penas llegué a pocos cientos, 300 para ser precisa.

No me vendían las pastillas en la farmacia, a menos que soborne a alguien y no me podía dar ese lujo.

Mis amigas Sandra, Ani y Noe estaban al tanto de todo y juntas definimos el plan.

En el barrio había una “partera” y Sandra tenía unas amigas que la conocían. Antes de ir, nos juntamos a tomar unos mates con ellas.

“No te preocupes, yo ya me lo hice dos veces, mi marido ni sabe, sino me mata! Pero ya tengo 5 y a penas les doy de comer”

“Linda, sos muy joven, tenés el mundo por delante! Andá  y después seguí con tu vida

Me habrán visto la cara de desesperación que tenía y trataron de calmarme. No se si saben lo valioso que fue eso para mí.

La partera cobraba 500 pesos, pero Sandra y las amigas la convencieron de que lo hiciera igual.

Entré a la casa y me hizo pasar a la pieza. Era un cuarto con una cama matrimonial, sobre la cual había una toalla.

Tenía miedo, miedo de morir, de ir presa, de que Sandra y la partera vayan presas, de mi familia, y por supuesto, de Dios.

“Sacate la parte de abajo, acostate y abrí las piernas”

“Aflojá, vas a estar bien, no pasa nada”

No aflojé, porque no sabía que era aflojar. Vi una especie de lazo, como el que te ponen cuando te sacan sangre y después lo sentí adentro. Dolió, pero no mucho.

“Dejatelo puesto hasta que yo te diga” 

Sandra habló con ella y nos fuimos. En el camino me contó,

“Dijo que te va a empezar a sangrar, que cuando vayas al baño lo hagas en un balde porque ella tiene que ver si lo largaste. Va a pasar por casa cada dos horas hasta que lo largues

Pasaron dos días y nada. La tercer noche ya estaba con molestias, Sandra me hizo bifes con ensalada de radicheta con ajo, era un lujo para nosotras esa comida. Pero la ocasión lo ameritaba, si era mi última cena, que sea una rica.

Cuando terminé de comer vomité todo. Sentí un dolor en el vientre que no puedo describir, pero que pensé que era una agonía pre muerte.

Confirmé ese pensamiento cuando fui al baño y empecé a despedir coágulos de sangre del tamaño de un plato de sopa. Uno tras otro, y cada vez más grandes. En un momento decidí ya ni ponerme ropa porque nada resistía, manchaba todo, así que me quedé semidesnuda recostada en el piso del baño.

Lloré y recé, pero nunca me arrepentí. Nunca dije “Dios si sobrevivo voy a amar y cuidar a este bebé para siempre” ni nada parecido. Por el contrario, decía “Dios, si me muero, que Sandra no tenga problemas y que mi mamá me perdone”.

A la madrugada lo largué, era como un pedazo de gelatina en medio de toda la sangre. La partera dijo “Listo, ahora si sacatelo”, hablaba de ese lazo que me había puesto tres días antes.

“Te va a sangrar mucho, pero está todo bien”

Habían pasado cuatro días desde que me fui de casa, mi mamá me llamaba todos los días y me decía “¿Cómo está mi nieto?”. Ese día le dije “Tu nieto no está más” y me cortó.

Mientras tanto, yo me desangraba. No tenía energías, no podía pararme ni para ir al baño, estaba segura de que me iba a morir.

Mis amigas Noe y Ani venían a verme a la casa de Sandra todos los días y me traían cosas para comer, toallitas y lo que sea que necesite. Sandra era igual de pobre que yo y además tenía dos hijas chicas, pero jamás me pidió un peso. No sé cómo se las arregló.

Yo cobraba por día, así que si no trabajaba, no cobraba.

Después de un par de días me sentí mejor y llamé a mi abuela, “Me alegro que estes bien, estaba muy preocupada, pero no vuelvas porque mamá está muy mal y se va a enojar si te ve”

Después de dos semanas mi abuela me dejó volver y el dueño del negocio donde trabajaba me devolvió mi laburo.

Mi vieja me dejó de hablar por varios meses, tenía la foto de la ecografía guardada y a veces la veía mirarla por largos ratos.

Después de un tiempo, junté algo de plata y fui a un ginecólogo.

Motivo de la consulta: “quiero tener un hijo y necesito saber si mi cuerpo está bien”. Gran mentira, quería saber en qué estado había quedado mi útero, si es que todavía tenía uno.

Estaba todo bien, el médico me felicitó por hacerme el chequeo antes de buscar el embarazo. Salí y me reí sola todo el camino de vuelta a casa.

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Este texto lo comencé a escribir con el objetivo de recomendar un libro llamado “El Acontecimiento”, pero terminó siendo, al igual que el libro, un relato personal, un desahogo y un deseo de justicia.

A Annie, la protagonista, y escritora del libro,  le pasó en París, a mi en La Matanza. Sin embargo esos miles de kilómetros desaparecieron a medida que avanzaba en la lectura.

Cuando terminé de escribir, me dió miedo y vergüenza publicarlo, pero releí esta frase y se fueron todas las dudas:

El hecho de haber vivido algo, sea lo que sea, otorga el derecho imprescriptible de escribir sobre ello. No existe una verdad inferior. Y si no cuento esta experiencia hasta el final, contribuiré a oscurecer la realidad de las mujeres y me pondré del lado de la dominación masculina del mundo”

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