Cuántas caras se necesitan para llenar una vida. Cuántas vidas se pueden vivir en una

*Este texto se encontró en los archivos de una computadora, con la frase “Lo que no ves, es el reflejo de lo que es” – 10/07/10, como no tiene firma, este es un intento de encontrar al escritor, escritora o escritore.
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Ilustración: Emezetaeme
Alicante, la ilusión de aquello que pudo ser, pero no fue. La huída de una locura inconexa y perdida. Alcalá de Henares, el final de un hechizo. Una boca de metro. Unos ojos negros. Vigo, el Miño, siempre los ríos que me llevan a amar. El desenfreno de la confusión convertida en duda.
La frescura de la desinhibición en pantalones de peto. Mi coche anclado todas las noches en aquel mirador, observando las luces de la ciudad a nuestros pies, con frío, abrazados, dejando pasar el tiempo, observando como el vaho se adueñaba de los vidrios y consumía nuestra relación. Egon schiele fue uno de mis grandes descubrimientos en aquel viaje, nuestro gran viaje juntos.
El sentir la vida del Donau fluir por mi cuerpo, el terror de los campos de concentración o la belleza de un recorrido en bici por los alrededores de Salzburgo, en cuyas copas brindo uno a uno los triunfos y las desgracias que acontecen en mi vida. Sin olvidar las vistas del lago desde nuestra habitación.
Descubrí que podía amar y amé, pero descubrí sobre un puente que recién iba a ser inaugurado, que la vida es compleja, y empecé a aprender, lentamente, como todo lo que hago en mi vida, que debía empezar a dejar de ser complejo. Lisboa, la Lisboa de amores y sinsabores, la Lisboa de amarguras aderezadas de alegría inmensas.
Mi Lisboa. De ella el sexo, la locura desenfrenada de una relación basada en los instintos. Noche de gritos, movimientos, posturas, gemidos provocados por la necesidad animal de la complacencia, en un final pactado, en una relación sin sentimientos. Ese desayuno por la mañana en la cafetería del hotel, y esas miradas lacerantes que no provocaban en mi más que indiferencia.
Luego Berlín….la fuerza de la obligación convertida en sustento. De Berlín, el museo de la Bauhaus, descubierto, como todo, paseando, por sorpresa, sin buscarlo. Las prostitutas de cortísima edad con cuerpos rotos ya por el uso. Mi mirada protectora y mis sentimientos de culpa, duda, fracaso que provocaban agarrarme más y más a un situación compleja, aderezada de circunstancias que me hacían vivir sensaciones muy diversas.
Santo Domingo, la ciudad no visita, el sentimiento del cariño en estado puro, el deseo, la esencia de aquello que no se tiene y se idealiza en la distancia. Lo que siempre es un eterno presente que se anhela, pero no se tiene. Asunción, Asunción y sus caras, sus muchas caras. La lealtad en sentido estricto, en una relación de la que nada se esperaba, con fecha de caducidad y en que todo se convertía en un regalo, si es que se daba.
El inicio de un cambio. La certeza de querer compartir tu vida, entre abrazos y sonrisas. Los cimientos basados en esperar poco, dando mucho, dejándote querer y permitiendo entrar. La complicidad de la adaptación y la incertidumbre; el baile que provocan el encuentro de esas dos situaciones. La ausencia de mentiras porque no existen verdades. Una nueva forma de sentir la vida.
Asunción, la ciudad que me enseña a no esperar resultados, que son los que rompen la magia del presente y labran el camino de una desgracia futura. Miro la bahía, las palabras de un amigo al que amo, me han hecho retroceder mi mirada y dejarme llevar por imágenes. Ese beso “robado” en el Reina Sofía, ese beso, resquebrajó la tierra sobre la que pisaba y me hizo sentir el vértigo que sentía mi corazón vacío.

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