*Belencha Rodríguez
Por motivos de fuerza mayor, a mediados de este año me vi forzada a tomar una decisión de extrema importancia para mi sanidad mental, la cual afectaría a todos los demás aspectos de mi vida. Decidí mudarme a Encarnación, una hermosa ciudad pequeña situada en el departamento de Itapúa, una perla en el sur de Paraguay que todavía es lo suficientemente gentil para seguir conservando la magia de un pueblito chico, pero a la vez es lo suficientemente dinámica para crecer y seguir activando con el feminismo a medida que tratamos de crear y/o expandir espacios de índole progresista.
Habiendo salido de la capital del país, como la chica nueva en el pueblo, experimentar una manifestación en una fecha históricamente simbólica fue una experiencia totalmente diferente a lo que estoy acostumbrada. El emblemático #8M fue muy distinto a lo que ayer vivimos en la avenida costanera, pero; las energías brujeriles se conectaron a lo largo de la distancia, y entre unas 75 personas, hicimos uso de nuestra voz y nuestrxs cuerpos para reclamar la eliminación de la violencia contra la mujer y hacer de eso una potencia vibrante. Que esa cantidad de personas haya salido a marchar (en esta fecha y en estos momentos de instalación de guerras ideológicas en el subconsciente de la gente) es demasiado importante para nosotrxs, como guerrerxs anti-sistema patriarcal capitalista y viviendo la lucha descentralizadamente.
Acompañando en la distancia y felices con lxs compañerxs en la capital, el sábado pasado desde Encarnación también cantamos, también vibramos y también recordamos a las más de 40 mujeres que este 2017 se haya llevado hasta la fecha en Paraguay, producto de la imperante violencia machista de la que seguimos siendo presas. Tal como lo dice el manifiesto, conversamos sobre todo tipo de violencia contra las mujeres y los demás colectivos y, con pequeñas actividades durante el mes previo a la fecha, varias acciones fueron desarrolladas por distintos grupos locales que se condensaron en una articulación, así exitosamente logrando un impacto puntual en la gente de estos lares.
De toda esta nueva experiencia rescato dos premisas. La primera, seguimos teniendo miedo a lo que no conocemos. Con mucha paciencia y mucha cooperación desde los distintos sectores de la lucha lograremos mejorar, pero necesitamos descentralizar el foco de acciones y crear o mejorar vínculos articulantes y significantes para llegar a una meta común. Para mí -asuncena recién mudada- fue fuerte ver que las personas que pasaban en sus vehículos sobre la costanera San José lucían impactadas, pero festejo lo denso de la cuestión porque donde se generan choques, existen quiebres que habilitan la lenta fractura del pensamiento estructural, pero honestamente, falta mucho y necesitamos prepararnos más y unificarnos, sobre todo para hacerle batalla a la criminalización de la lucha feminista (estudiantil, campesina, etc.) en una ciudad declarada Pro-Vida como la capital itapuense.
La segunda -aprendida a posteriori y que me cerró la boca por no conocer realidades fuera de la movida capitalina- es la de que somos muchísimxs y estamos esparcidxs por todo el territorio nacional, por lo cual debemos habilitar más espacios, crearlos donde no los haya, llamar a las personas a participar y generar kilombos porque no tenemos miedo. El espíritu de lxs compas con quienes tuve el honor de marchar (porque no participé de todas las actividades) el sábado fue tan potente como el canto de las brujas a 360km de aquí.
Sin embargo, es indiscutible, ya sea en Asunción o en Encarnación, o Buenos Aires o Santiago, o donde sea, que estamos viviendo un momento de histórica importancia para la revolución feminista latinoamericana. Estamos tomando al machismo por el cuerpo/espíritu y enfrentándolo, descubriendo así que la vida colectiva e individual solo va a mejorar con un vivir feminista. De algo estamos segurxs, que lo personal es político, la deconstrucción colectiva, y la lucha valiente y guerrera tiene corazón de mujer.