Por Beatriz Hasbun*
Desde que ganó popularidad el movimiento del Body Positive, gradualmente he comenzado a notar una tendencia hacia un discurso vacío, sin un objetivo concreto y manoseado por la industria. El mismo término ya da cuenta de lo que pretendo comunicar, éste representa a un movimiento que gira en torno a la “positividad”, el amor incondicional hacia el cuerpo propio y la belleza. Desde hace harto tiempo me cuestiono ¿Por qué nuevamente se está asociando el respeto a un cuerpo con su belleza? ¿No es este el mismo cuento que lleva llenando los bolsillos de la industria de la dieta desde hace décadas? Para mi la respuesta es clara: sí lo es.
No creo que sea dañino promover el amor propio, pero fijarlo como el eje principal de la lucha contra la gordofobia me parece una acción sumamente reduccionista y que a largo plazo sólo beneficiará a aquellos que decidan lucrar con aquel objetivo. Cuando promovemos el amor propio como la salvación a la gordofobia estamos invalidando las experiencias discriminatorias de las personas gordas, haciéndolas responsables de su propio sufrimiento e ilusionándolas con la idea de que el camino hacia una relación pacífica con su corporalidad debe ser liderado exclusivamente por la voluntad de amarse.
La gordofobia existe en múltiples dimensiones, nos tormenta cuando la industria te convence de que no seremos felices hasta que quepamos en un rango determinado de tallas, cuando las instituciones que debiesen velar por nuestro bienestar tan sólo nos patologizan, cuando crecemos en un entorno que nos convence de que engordar es lo peor que puede ocurrirnos, desencadenando todo esto en la gordofobia intrapersonal, donde finalmente absorbemos todo aquello que nos recuerda diariamente la invalidez de nuestros cuerpos. Así es como la inseguridad y el disgusto hacia nuestra corporalidad es solamente un mero síntoma del problema real, por lo que la individualización del movimiento por el respeto hacia los cuerpos gordos obstaculiza el camino hacia la erradicación de la gordofobia como un mecanismo de discriminación sistemática.
El cuerpo gordo se respeta porque es cuerpo como cualquier otro, su valor no radica en lo bello, sino que en su derecho a existir plenamente sin ser marginado. Me incomoda que nuevamente le estemos abriendo las puertas a la industria de la moda para que explote nuestras inseguridades, respaldándose en éstas para vendernos el ideal de amor propio. La inseguridad es inherente al ser humano y, de una forma u otra, siempre estará presente, por lo que convertirla en el foco de la lucha no resultará en un gran avance.
El cambio comienza por cuestionar nuestro entorno, identificar aquello que castiga a la gordura y comunicarlo, preguntarle a tu amigo/a gordo/a sobre su experiencia, reconocer que ser flaca en Chile y en el mundo sí califica como privilegio y que el sufrimiento de las personas gordas va mucho más allá de sus inseguridades.
Está en los torniquetes de la micro, en las tallas, en las consultas médicas, en la salud reproductiva, en el menú de la JUNAEB, en la escuela, en la familia, en el sector laboral, en las redes sociales, en las dietas y, por consecuencia, en la percepción que formamos de nosotras mismas. El sistema que reproduce patrones gordófobos debe cambiar y nosotros como sociedad debemos cambiar, el movimiento no puede recaer exclusivamente en las víctimas que por tantos años han tenido que aguantar el sufrimiento constante de ser un cuerpo marginado.
En un sistema capitalista solo caben aquellos cuerpos que rinden con eficacia y, en un sistema patriarcal, los cuerpos que representan el ideal de belleza y que satisfacen la mirada masculina. La aceptación corporal se logra tanto a nivel personal como social, institucional y cultural.
Cuando empecé a hablar sobre lo que significó para mí crecer siendo gorda me dijeron que todos y todas teníamos las mismas inseguridades, pero hoy después de varios años me atrevo a decir que no, no son las mismas inseguridades, porque por mucho que les moleste, ser flaca es un privilegio. No niego el hecho de que todos/as podemos tener baja autoestima independiente de cómo luzca nuestro cuerpo, porque es real, pero es un fenómeno que no tiene relación directa con lo que busca el movimiento y que termina por opacar al discurso anti-gordofobia.
Crecer en un ambiente gordofóbico significa un sufrimiento inexplicable, es tener que dar explicaciones constantemente sobre tu cuerpo, tener que esconderse, hacer lo que sea necesario para ocupar la menor cantidad de espacio posible, es odiarse, es sentir que nadie nunca te querrá realmente hasta que seas flaca, es cargar constantemente con la responsabilidad de que, tarde o temprano, tendrás que bajar de peso.
Esto es una lucha social como cualquier otra, donde su objetivo es simple, que todos los cuerpos se respeten y que las personas gordas finalmente puedan vivir en paz.
*Beatriz Hasbún es una mujer chilena de 19 años y estudiante de Pedagogía. (@bhasb00m)