*Por Noelia Díaz Esquivel
Edición: Mónica Bareiro
La casa de Graciela está ubicada en el casco urbano de Puerto Casado, en el departamento de Alto Paraguay, a unas diez cuadras del río. En ese barrio, el camino es de tierra. Nos acercamos al viejo portón de madera, con no más de medio metro de altura, y golpeamos la mano. Enseguida nos recibió con una afable sonrisa. Su casa se ve sencilla, humilde, como la mayoría en el pueblo, pero al adentrarnos, el panorama cambió. El color arcilloso y seco del Chaco Paraguayo, mutó. Una floreciente huerta estaba ordenadamente ubicada detrás de la precaria construcción.
“Siempre me dediqué a la huerta. Desde que era pequeña mi mamá nos enseñó a cultivar y cosechar para nuestro autoconsumo. Es un mito que el suelo del Chaco no es fértil”, relata Graciela Escobar (40), casadeña de nacimiento.

Graciela Escobar. Fotografía: Mónica Bareiro.
En la huerta, que cuenta con un sistema de riego artesanal, crecen vigorosos tomates, repollos, locotes, zanahorias, zapallos, lechuga y mandioca.
La mujer es madre de seis, dos de ellos formaron sus propias familias y se fueron de la casa materna. Ella alimenta a su familia, en gran parte, gracias a la fuerza de su manos labrando ese pequeño pedazo de tierra, que aunque habita desde hace años, no es suyo. Su marido también aporta con su trabajo en los bosques que rodean al pueblo. “Hace postes, vende y trae un poco de efectivo”, cuenta Griselda.
La mujer, pilar de la agricultura de pequeña escala
Según un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las mujeres son las responsables de la producción de entre el 60 y el 80 por ciento de los alimentos de los países en desarrollo y la mitad de los de todo el mundo. Su contribución a la subsistencia familiar cotidiana es decisiva e indispensable.
A pesar de su rol protagónico, tienen mayores dificultades que los hombres a la hora de acceder a recursos como la tierra, los créditos y los insumos y servicios que aumentan la productividad.
Con el objetivo de brindar apoyo a las pobladoras y pobladores de Puerto Casado, la organización Sociedad de Estudios Rurales y Cultura Popular (SER) empezó a relevar datos en el año 2018.
“Vinimos, hablamos con varios dirigentes y sacamos algunas conclusiones. Luego en 2020 pusimos en marcha un censo en las partes afectadas. La idea era regularizar los lotes, pero también aprovechamos e hicimos un censo de producción. Queríamos ver el perfil sociocultural de las familias casadeñas”, explica de SER.

Amambay Campos, de la Sociedad de Estudios Rurales y Cultura Popular (SER). Fotografía: Mónica Bareiro.
Se hicieron más de 400 censos a 400 unidades familiares cuyos resultados mostraron que en más del 50 por ciento, las mujeres eran las jefas de hogar y más del 50 por ciento de ellas eran madres solteras.
A partir de estos resultados, SER empezó a trabajar en asistencia técnica agrícola. Se inició con pequeños grupos que después se convirtieron en comités.
“En este momento tenemos diez comités que ya están articulados a una organización distrital que se llama Renacer, donde hay prácticamente 190 familias asociadas, con quienes trabajamos en organización, en producción, en ambiente y en articulación de mercados”, explica María Celsa Benavidez, directora ejecutiva de SER.

María Celsa Benavidez, directora ejecutiva de SER. Fotografía: Mónica Bareiro.
Benvidez explica que lo primero fue fortalecer la producción y que actualmente están preparando unos manuales para que las mujeres puedan hacer sus propias semillas. La idea es que cada vez menos dependan del mercado y logren disminuir costos.
Asimismo menciona que Puerto Casado es un pueblo sostenido por mujeres, prueba de ello es que actualmente los comités están conformados en un 95 por ciento por mujeres.
“Este es un pueblo prácticamente de mujeres, sostenido por mujeres, pero gobernado por los hombres, porque los escasos hombres que hay son los que tienen el poder. Sin embargo, las mujeres son las que sostienen esta tierra con su trabajo”, remarca María Celsa.
Más de 20 años en busca de la tierra propia
Puerto Casado, es un pueblo que se constituyó por la instalación de una taninera (extracto de Quebracho) en pleno Chaco paraguayo en 1883. Llevaba el nombre de su fundador, Carlos Casado. Como la zona estaba aislada y para motivar el asentamiento de las familias de sus empleados, la empresa contrató arquitectos para la construcción de edificios como el puesto de salud, escuelas, centros municipales y otros, así como algunas de las viviendas para sus empleados. Todas las personas vivían en propiedad de la empresa y todo funcionó ordenadamente durante muchos años. Carlos Casado, llegó a acumular una cuarta parte de la superficie del Chaco, 7 millones de hectáreas, pese a que las leyes agrarias de la época impedían tal acumulación de tierras.
Pero en los noventa, la empresa cesó sus actividades y dejó de ser propiedad de Carlos Casado en el año 2000. Pasó a manos de la empresa Atenil SA, una firma a su vez perteneciente a la Secta Moon, que compró las tierras con todos los pobladores adentro.
Así empezó una histórica movilización. Las y los habitantes protagonizaron una heróica marcha, a pie, de casi 700 kilómetros hasta Asunción. Esta lucha por la posesión legal de las tierras en las que vivieron por décadas, continúa hasta ahora.
Según explican desde SER, hace varios años está en marcha un proyecto de donación de tierras ubicadas en el casco urbano de Puerto Casado. Señalan que la empresa Atenil SA, como medida de resarcimiento, invirtió en la medición y estudio de cada lote en el que familias casadeñas llevan viviendo por años.
“Existe la disponibilidad de Atenil de regularizar unos 350 títulos de propiedad. Vino un topógrafo pagado por la empresa a medir todos los lotes. Eso fue presentado a la municipalidad, entonces los documentos fueron aprobados y ahora mismo se encuentran en la Dirección de Catastro, una de las últimas etapas antes de ir a registros públicos” , explica Amambay Campos.
Después de 23 años de lucha, a pesar de la falta de respuestas por parte del Estado, las pobladoras y pobladores se mantienen firmes y convencidos del legítimo derecho que tienen de vivir en su propia tierra.
Esperanzada, Griselda dice que “hay proyectos para titular, yo quiero agrandar mi casa y mejorar mi huerta”.

Griselda en el patio de su vivienda, en la tierra con la que sueña sea propia. Fotografía: Mónica Bareiro.
Si bien no recuperarán las 152.000 hectáreas reclamadas, celebran la resistencia de la organización. Saben que seguirán luchando por lo que les pertenece.
*𝘌𝘴𝘵𝘦 𝘮𝘢𝘵𝘦𝘳𝘪𝘢𝘭 𝘧𝘶𝘦 𝘱𝘳𝘰𝘥𝘶𝘤𝘪𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘮𝘢𝘳𝘤𝘰 𝘥𝘦𝘭 proyecto 𝘝𝘰𝘤𝘦𝘴 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘭𝘢 𝘈𝘤𝘤𝘪ó𝘯 𝘊𝘭𝘪𝘮á𝘵𝘪𝘤𝘢 𝘑𝘶𝘴𝘵𝘢 (𝘝𝘈𝘊), 𝘪𝘮𝘱𝘭𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘗𝘢𝘳𝘢𝘨𝘶𝘢𝘺 𝘱𝘰𝘳 𝘞𝘞𝘍-𝘗𝘢𝘳𝘢𝘨𝘶𝘢𝘺 𝘺 𝘍𝘶𝘯𝘥𝘢𝘤𝘪ó𝘯 𝘈𝘷𝘪𝘯𝘢.